¡Pues sí, volví! Después de mucho tiempo de no haber actualizado esta página, me decidí a retomar el blog y publicar aquí mis puntos de vista (si es válida la expresión) de los temas que pasan por estos rumbos, durante estos tiempos extraños y con bastante movimiento.

Hoy traigo para ti un texto más catártico que literario o informativo. Se trata de la experiencia que, día con día, vivimos las personas con alguna discapacidad, aunque esta vez con relación a lo que el resto del mundo, sobre todo instituciones gubernamentales, creen que la discapacidad significa y cómo se debe abordar. Por supuesto, tomaré un poco de la polémica con respecto al lenguaje inclusivo, pero no enfocaré esta columna en ello, sino que lo usaré como ejemplo para lo que escribiré líneas más adelante.

¿Sirve el lenguaje inclusivo?

En primer lugar, debo decir que la inclusión en el lenguaje, diciendo muchaches para referirse a muchachos, muchachas, además de quienes no se identifican con ninguno de los anteriores, sirve hasta cierto punto. Sería más sencillo que nuestro idioma fuera como el inglés, pues ahí muchos de los sustantivos no tienen género. Sin embargo, cuando se trata a la inclusión desde la perspectiva de la discapacidad, resulta inútil cambiar una letra si no existe una rampa de acceso, o si la información publicada no puede ser aprovechada por la totalidad de la población. Así pues, el lenguaje sirve para verbalmente no dejar a nadie fuera, pero hay más por hacer.

Entonces, Emmanuel, al grano: ¡por qué dices que se simula la inclusión?

Ayer navegaba por Twitter y encontré una convocatoria emitida por una institución pública. No diré que se trata del Instituto de Participación Ciudadana en Durango, para no herir a nadie, pero bien podría haber sido cualquier otra instancia… ya verán por qué lo digo.

Me interesó el tema y quise averiguar cuáles eran las bases y: ¡sorpresa! La convocatoria estaba publicada en foto. ¿Cuál es el problema? Que yo, como usuario ciego de redes sociales, no puedo identificar fotos. Por supuesto que ya no participé en el concurso, porque, para empezar, ni siquiera supe cuáles eran las fechas límite ni los estándares para enviar mi texto.

Aquí viene lo interesante: este instituto, al igual que otras oficinas de gobierno, descentralizadas, etc., incluyendo al Congreso del Estado, han publicado decretos, protocolos y campañas donde aseguran que se hará lo necesario para el apoyo a grupos vulnerables, incluyendo ahí a las personas con discapacidad. Se suben fotografías a redes sociales, la mayoría sin texto alternativo de descripción, pero todo queda en la intención.

Ningún bono te enchila… ¿qué propones, pues?

Sé que puede ser molesto el dar y dar lata con respecto al tema de la inclusión; sé que pueden decir: “ahí viene este…” y simplemente hacer mutis cuando realizo algún cuestionamiento, como ya lo han hecho el IEPC, el Congreso, el IDAIP, el INE, el propio Gobierno Estatal, entre muchas instituciones más. Si realmente quieren apoyar a las personas con discapacidad, y no solo simular que lo hacen, el primer paso está en la integración de personas en esta condición a sus plantillas laborales. Es fácil echarse la bolita y decir que todas las instituciones deberían apoyar a la discapacidad… todas, menos la mía.

La idea jamás será la de resolver el problema cuando surge, sino de evitar que surja. La inclusión, al menos hablando en cuestión de discapacidad, no se trata de construir un mundo aparte, con parches para cumplir con nuestras necesidades o exigencias; se trata de que el mundo que construyan esté hecho, de raíz, de forma que cubra las necesidades universales, sin importar quién o quiénes vayan a hacer uso de él.

Dejo a su consideración estas líneas que, repito, fueron más catárticas que otra cosa. Agradezco su retroalimentación a través de redes sociales, encontrándome como @aemeraz en cualquiera de ellas. Y tú, ¿cómo vives la inclusión?